El gobierno Biden: ¿social-comunista o liber-progre?

Hásel-Paris Álvarez

Joe Biden ya es presidente, con un gobierno diverso y multicolor. Una ministra mujer y negra pero heterosexual, uno homosexual pero blanco, una transexual pero judía, uno judío pero latino… Figuran todas las combinaciones posibles. Pero, pese a las apariencias, todos ellos son idénticos en una serie de aspectos. Provienen de elitistas universidades privadas. Acumulan décadas entre la casta política. Son caras conocidas para lobbies y multinacionales. Están firmemente comprometidos con las empresas del Pentágono y los capitales de Wall Street.

Pues bien, los electores progresistas han celebrado por todo lo alto estos nombramientos en lo militar y bancario, olvidándose de cuando criticaban las guerras de Bush y los millones de Trump. El escritor Daniel Bernabé bautizó este fenómeno como ‘La Trampa de la Diversidad’. Muchos géneros y muchos sexos, muchas etnias y muchas razas, distraen de un solo orden mundial y un pensamiento único. La tiranía, vestida de arcoiris, es inatacable para el progresismo. (Desarrollo todo esto en un texto disponible en internet: “La sombra del arcoiris: ¿Qué esconde el gobierno más diverso de América?”)

Un ejemplo. Cuando Biden dudaba entre nombrar a Lloyd Austin (afro-americano) o Michèle Flournoy (mujer), la duda entre los Demócratas era: ¿es más importante representar el anti-racismo o el anti-machismo? Nunca se debatió sobre que ambos candidatos representaban exactamente lo mismo: el poder de las empresas privadas de seguridad. Austin era un directivo de Raytheon, Flournoy de Booz Allen.

Siempre es más amable hablar de un ‘gobierno de las minorías’ que de este ‘gobierno de los Grandes’. Las Big Tech (grandes empresas tecnológicas) que han colocado en el gobierno a Susan Rice (Netflix) o Jeffrey Zients (Facebook). La Big Pharma (grandes farmacéuticas), con Steve Ricchetti. Thomas Vilsack representando a la Big Ag, conglomerados agrícolas que trabajan con semillas transgénicas y carnes procesadas. Ronald Klain es el valedor de la Big Law, despachos de abogados que cobran hasta 5 millones de dólares al año. El gobierno Biden sólo viene en talla ‘Big’. Para la Trampa de la Diversidad, el tamaño no importa.

La Trampa presenta a Debra Haaland como la primera nativo-americana en el ministerio de Interior. Pero no se dice que fue la primera dirigente de Laguna Dev Corp, el segundo mayor casino de Nuevo México. Estos casinos suelen explotar la tierra y el personal nativo, aprovechando que las reservas carecen de legislación contra los juegos de apuestas.

La Trampa presenta a Neera Tanden como la primera hindú al mando de la Oficina de Presupuesto. Pero no se dice que es la primera financiada por un capital extranjero: el Tata Group. Esta multinacional de la India ha comprado emblemáticas empresas británicas: los automóviles de Land Rover, el té de Tetley y el acero de Corus Group. La banca Rothschild apoyó esta operación, para demostrar que sólo el capitalismo podía revertir los viejos colonialismos. Los hindúes apoderándose de los británicos. Los nativos americanos arrebatándoles el oro a los yankis. “Capitalismo inclusivo”, le llamó lady Rothschild.

Algunos hispano-americanos han caído en la Trampa, celebrando el nombramiento de Alejandro Mayorkas. El primer latino en liderar el departamento de seguridad fronteriza. Esto podría parecer una buena noticia para los contrarios a la deportación de inmigrantes. “Quizás un hijo de inmigrantes será más sensible con la cuestión”. Pero Mayorkas dista mucho de ser ‘sensible con la cuestión’. Ya perseguía hispanos en tiempos de Clinton, siendo procurador del Estado. A los camellos pobres los deportaba, acusados de pertenecer a bandas como La eMe o la Mara 18. A los narcos ricos, sin embargo, les conmutaba la pena. Uno de ellos era Vignali Jr, millonario traficante de Los Ángeles, que financiaba a Xavier Becerra (hoy primer mexicano-americano al frente de Sanidad).

Resulta que Mayorkas sí era ‘sensible con la cuestión’. Pero con la cuestión del dinero. Como director de la agencia de inmigración de Obama (el presidente que más deportó), Mayorkas supervisó el programa EB-5. Se trataba de ofrecer documentación en regla a los extranjeros que pagasen 500.000 dólares. Mayorkas repartió el dinero entre sus amigos: productores de Hollywood, el casino Sáhara-Las Vegas y una empresa eléctrica de Anthony Rodham (hermano de Hillary Clinton).

Entonces, ¿por qué Biden ha nombrado a Mayorkas? Pues bien, es una maniobra relacionada con la lógica ‘inter-seccional’, un principio del moderno progresismo. La inter-seccionalidad viene a decir, por ejemplo, que sólo los latinos pueden criticar el reggaeton, sólo los negros pueden contar chistes racistas o sólo las mujeres pueden tener espacio en el feminismo. Es una especie de pensamiento endogámico, posmoderno, tribal. Tribal, pero jerárquico: la feminista blanca no debe criticar al homosexual latino, que a su vez no debe criticar al transexual negro.

Y Biden ha llevado todo esto al gobierno: que los inmigrantes sean deportados por un inmigrante, que África la bombardee un negro, que a las mujeres las explote una mujer banquera. De esta forma, militarismo, espionaje o usura pueden continuar con sus funciones, ya liberados de cualquier acusación de racismo o sexismo.

Y el gobierno Biden no sólo está construido sobre el entramado de la inter-seccionalidad. También es el primer gobierno construido sobre un gran lobby privado. Lloyd Austin (el afro-americano) pertenece al fondo de inversión Pine Island, junto con el ministro Anthony Blinken. Y ambos, a su vez, son miembros de la consultora WestExec, junto con Avril Haines, Jennifer Psaki o Lisa Monaco. En resumen, de aquí provienen los principales cargos del gobierno; blancos o negros, hombres o mujeres heterosexuales u homosexuales. WestExec es una ‘agencia de colocación’ que sirve de ‘puerta giratoria’. Es decir, permite que miembros de la empresa privada accedan al gobierno (y viceversa). Algunos de los clientes conocidos de WestExec son: Bank of America, Google, Facebook, Blackstone y AT&T. Retenga esta lista. Volverá a aparecer unas líneas más abajo.

¿Recuerda a Neera Tanden, la primera hindú en el gobierno? Pues acumula un podio mayor de récords. Es la primera hindú en Presupuesto, también la segunda persona no-blanca en el cargo, además de la tercera mujer. Pero se alza sobre un podio aún más interesante: ha sido financiada por el segundo banco más grande de EEUU (Bank of America), por el tercero (Citigroup) y también por el cuarto (Wells Fargo). Y ¿por qué tanto dinero? Pues porque Tanden fundó, en 2003, el Centro Americano para el Progreso. El CAP es el principal laboratorio de ideas del ‘progresismo’. Tras años de secretismo, la presión legal obligó al CAP a declarar su lista de donantes. Algunos de ellos son: Bank of America, Google, Facebook, Blackstone y AT&T. ¿Los recuerda? Son las mismas empresas de la ‘trama neo-liberal’ de WestExec. ¿Cómo es que también ponen su dinero en la ‘trama progre’ del CAP?

Los progresistas argumentan, en su defensa, que el capitalismo invierte ‘en diversidad’ para mejorar su imagen mediante ‘lavados de cara’. ‘Pink-washing’ cuando es un lavado LGTB, ‘green-washing’ cuando es un lavado ecologista, ‘purple-washing’ cuando es un lavado feminista. Supuestamente, los capitalistas no creerían realmente en dichas causas, sino que se verían obligados a aceptarlas (lo cual se podría presentar incluso como un logro del progresismo). Sin embargo, algo no cuadra en esta teoría. Si estas financiaciones fuesen solamente un acto publicitario del capital, ¿por qué estos donantes eran anónimos y quisieron permanecer en el anonimato?

Da la impresión, más bien, de que los grandes capitalistas tienen un compromiso sincero e íntimo con aquellas causas que puedan generar conflictos entre la ciudadanía. El río revuelto es ganancia de pescadores. Así, se acaba dando la aberrante confluencia liber-progre entre grandes capitalistas y algunos movimientos ‘de izquierdas’. La revista Time lo confirmó hace unos días: “hay una conspiración entre bastidores, una alianza informal entre activistas de izquierda y titanes del mercado, un pacto entre sindicato y patronal para oponerse a Trump”. ¡A confesión de parte, relevo de pruebas!

Veamos un ejemplo de cómo este nuevo enfoque ‘progre’ beneficia al capital. Cecilia Rouse es la primera mujer afro-americana en el Consejo de Asesores Económicos. Pero trae otra novedad: dirige el primer Consejo que no cuenta con expertos económicos en sanidad o vivienda. Toda la plantilla se centrará en… ‘discriminaciones’. Por ejemplo, Rouse ha alertado de que el desempleo está siendo mayor entre mujeres que entre hombres. Y también mayor entre mujeres negras que entre mujeres blancas. En esta página puede consultar las dos gráficas que ofreció Rouse.

Vemos que, efectivamente, los trabajadores de distintas razas y sexos parten de situaciones económicas diferentes. Algunas de estas diferencias, por cierto, tienen explicaciones lógicas y sociológicas, más allá de la discriminación. Pero lo realmente relevante es que, cuando se sitúan en perspectiva, todos estos grupos de trabajadores comparten una misma tendencia en el tiempo. Suben y bajan a un mismo ritmo. Las diferencias parecían enormes al poner la lupa sobre ellas… pero prácticamente desaparecen cuando se da un vistazo a la situación general.

Vea aquí una tercera gráfica, comparando las pérdidas de los trabajadores en general (de toda raza y sexo) con las ganancias de los gigantes económicos, ganadores del covid (Amazon, BlackRock, Netflix…).

Esta es la gran tragedia de la Trampa de la Diversidad. La atención que se presta a cuestiones simbólico-culturales, necesariamente se retira de cuestiones laboral-materiales. Cuando Peter Buttigieg (el primer homosexual ministro) señala que lo más progresista es despatologizar la salud mental, lo que vendrá después son recortes en Sanidad. Cuando Martin Walsh acepta las reclamaciones de Black Lives Matter de reducir el presupuesto policial, lo que se recorta es el 20% del salario dedicado a horas extra. Cuando Biden, como guiño simbólico al ecologismo, cancela la construcción del oleoducto Keystone, los bruselenses celebran en sus despachos mientras 1.000 trabajadores yankis se quedan en la calle. El obrero siempre paga la factura de la Trampa de la Diversidad.

Mientras tanto, Janet Yellen se define como ‘progresista’. La primera mujer al frente de Hacienda, la primera banquera de la FED. ¿Qué entenderá por ‘progresista? En la banca yanki se habla de dos perfiles, ‘palomas’ y ‘halcones’. Ambos buscan mantener la inflación baja, aunque para ello haya que destruir empleo y recortar salarios. Los ‘halcones’ aplican estas medidas por la fuerza: terapia de choque. Pero las ‘palomas’, como Yellen, prefieren esperar la llegada de una recesión para bajar la inflación, a costa de una recuperación más lenta de lo normal (opportunistic disinflation). ¡Aquí está todo su ‘progresismo’! Algo parecido ocurre con la vicepresidenta Kamala Harris. Se define como “fiscal progresista”, pero se dedicaba a perseguir mendigos.

A menudo, ‘progresista’ (en el peor sentido de la palabra) es el contrario de ‘socialista’ (en el mejor sentido de la palabra). ‘Progresista’ representaría un compromiso abstracto con ‘el progreso’, que cada cual puede definir de distinta forma. ‘Socialista’, sin embargo, sólo puede representar un compromiso con la distribución de la propiedad entre la comunidad. Este es el conflicto que parte a la izquierda. O hay una voluntad real de socialismo, o sólo queda revolcarse en el ‘progresismo’.

Volvamos por última vez a Neera Tanden, la primera hindú en el gobierno, fundadora del Centro Americano para el Progreso. Muy progresista, sí, pero ¿qué sabemos realmente de ella como directora de Presupuesto? Pues que su CAP criticó el ‘populismo socialista’ en un informe junto al AEI (lobby libre-mercantil). Y que ella se opuso a la propuesta de salario mínimo de Bernie Sanders. Sanders, del ala más socialista del Partido Demócrata, llegó a preguntarse por qué el socialismo y el obrerismo eran las únicas causas que no tenían cabida entre tanta diversidad. “Creo que la facción socialista, que puede ser del 35% de los Demócratas, también merece asientos en el gobierno, cosa que no ha ocurrido; me gustaría ver representantes de las familias trabajadoras, de la sanidad y educación públicas”. Pero estas cuotas nunca existen en la Trampa de la Diversidad.

El compromiso de Biden, evidentemente, no es con el trabajador yanki, sino con las élites globalistas. Por eso, además de figurantes de toda etnia y orientación sexual, el gobierno de Biden tiene tres novedades que han pasado desapercibidas. La primera es Linda Thomas-Greenfield, que será embajadora en la ONU. No es ni la primera mujer ni la primera afro-americana en ocupar ese puesto. La novedad está en que dicha embajada tendrá rango ministerial. Es la cuarta vez que ocurre en la historia de EEUU. Y siempre es señal de un gobierno con tendencias globalistas, de dominio mundial.

La segunda novedad es que Biden también ha elevado a rango ministerial la Oficina de Ciencia, nombrando a Eric Lander. Se dice de él que fue uno de los pioneros en la investigación del genoma, pero más bien fue uno de los pioneros en vender la biología a una serie de laboratorios (Millennium Pharmaceuticals, Verastem, Neon Therapeutics, Third Rock Ventures…). Lander no representa un compromiso con la ciencia, sino con el capitalismo disfrazado de cientificismo.

La tercera novedad es el cargo de John Kerry, Enviado Especial para el Clima. Kerry defiende que coticen en bolsa “los suelos productivos, la polinización de los cultivos, los lechos fluviales”, de forma que “se valore la naturaleza como valoramos los bienes y servicios, aprovechando el poder de los mercados sobre el medioambiente”. Es decir, de nuevo, capitalismo disfrazado. Globalismo, cientificismo y ecologismo; tres fundamentos para una tiranía mundial; otras tres máscaras capaces de engañar a la izquierda.

En otros textos hemos descrito la máscara y rostro del globalismo y del cientificismo. Detengámonos aquí sobre el tercer factor, el ‘capitalismo verde’. Su principal exponente es Jennifer Granholm, ministra de Energía. La primera mujer en tal cargo. Y, lo que es más relevante, la primera que proviene de la junta directiva de Dow. Dow es una de las mayores productoras de plástico (incluidos los implantes de silicona defectuosos de los 90s), productos químicos (napalm y agente naranja para el Vietnam) y pesticidas (el tóxico clorpirifós y el cancerígeno Styrofoam). Pero, en los últimos años, Dow ha desarrollado un departamento de energía solar. Y la Granholm les ha subvencionado con más de 100 millones de dólares.

En este consiste el ‘ecologismo’ de las élites: dar dinero a los grandes negocios, para que reciclen hoy lo que ellos mismos contaminaron ayer. Es como aquello de 2008: rescatar a los bancos que causaron la propia crisis económica. Solo que, esta vez, la maniobra cuenta con el aplauso de la izquierda.

En definitiva: la izquierda, perdida, confía en que el disfraz del capitalismo nos libre del fantasma ‘fascista’. ¡Y la derecha, más perdida aún, confía en que un capitalismo con bandera nos libre del fantasma ‘comunista’! Pero, ¿quién hará algo contra la verdadera hegemonía en EEUU y Europa, el poder liber-progre?

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