¿Marxismo cultural o liberalismo cultural?

¿Marxismo cultural o liberalismo cultural?
Aitor Hernando Loeches

Cuando hablamos sobre el concepto de la cultura, encontraremos diversas definiciones en torno a esta palabra. Muchas de ellas sobretodo, las encontramos desde el ámbito académico, pero otras en cambio estarán definidas en torno a la propia percepción subjetiva de cada individuo, con respecto a lo que cada persona concibe como »cultura». Si nos adentramos a lo que entendemos cada uno por cultura, los primeros elementos que se nos viene a la cabeza suelen ser los siguientes: la literatura, la mitología, la religión, las tradiciones, la música, el arte, el cine, la lengua e incluso la agricultura o el sector del comercio tradicional. Hay muchísimos elementos que entran en juego, y muy posiblemente acertamos en ello, por lo cual ahora iremos a cual podría ser, la definición más consensuada o correcta por el ámbito académico, sobretodo desde las ciencias sociales, que correspondría al término de »cultura», y este consistiría a »el conjunto de conocimientos, aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad».

Es decir, que la cultura es algo más que las tradiciones, la religión, el arte o la lengua, sino que también se define dentro del ámbito de las relaciones humanas, la política, la economía o incluso aquello referido a todo lo relacionado con lo militar. Como comprenderemos, la cultura es todo aquello que nos rodea, todo aquello que desde que nacemos, vamos interiorizando poco a poco y forjan nuestro carácter y nuestra personalidad en el ámbito social donde vivimos. Es por ello, que una vez que se produce la revolución francesa, la cultura pasa a tener un peso importante en la formación o evolución de las sociedades contemporáneas que darán paso en las décadas y siglos venideros. Dentro de las principales ideologías políticas que nacen en la modernidad (liberalismo, socialismo y fascismo) la cultura viene a formar parte de su naturalidad política, es un elemento muy a tener en cuenta, pues de ella dependerá para influir en las masas de determinada sociedad, en las cuales pretenderán aplicar su ideas.

Mucho se ha hablado y debatido desde las tres ideologías modernas, sobre el uso y práctica de la cultura para poder influir notáblemente en las sociedades. A día de hoy, el debate cultural recobra un protagonismo mucho mayor, una vez que el capitalismo liberal se asienta como la ideología dominante y hegemónica en gran parte del globo terrestre. A pesar de que la llamada »posmodernidad» tiene su génesis, en las ideas freudo-marxistas de principios del S.XX, pasando más tarde por la Escuela de Franckfurt en los años 30’s-40’s-50’s y el posterior Mayo del 68, no es a partir de la caída del mundo comunista en 1991, cuando los conceptos posmodernos cobran mayor fuerza. Sobretodo en el histórico bloque occidental, es decir, en las sociedades capitalistas dominadas principalmente por la potencia hegemónica de los EEUU, de donde nacen la gran mayoría de estas ideas un tanto cuestionables.

Desde los círculos actuales de la llamada derecha o extrema derecha política, llegando incluso a ciertos movimientos neo-fascistas que tiran más al conservadurismo derechista, que aun se empapan de un anti-comunismo caduco (igual que el conjunto de las izquierdas se empapan de un anti-fascismo más que caduco). Afirman sin ningún tipo de complejos, que todas estas ideas posmodernas que parece que nos lo está imponiendo el sistema, con toda una gran maquinaria de ingeniería social, parece que correspondería a una especie de contubernio o conspiración judeo-masónica, para volver a imponeros el marxismo desde unas ópticas distintas que ya no serían las anteriormente utilizadas por los movimientos comunistas como: la revolución social, el derrocamiento del capitalismo o el concepto histórico del marxismo de la lucha de clases. Según la percepción propia de estos individuos próximos al pensamiento conservador, parece que el comunismo, al »fracasar» en sus intentos de imponerse frente a las potencias capitalistas, este asumiría otra estrategia distinta que les permitiría llegar más pronto a una revolución o una conquista del poder, mediante la destrucción de la cultura propia de las naciones capitalistas. Estas ideas posmodernas, los grupos de derechas las adscriben dentro del concepto llamado »marxismo cultural».

No seré yo quien niegue que este pensamiento o discurso esté mal planteado, o que al menos es una buena e inteligente estrategia política para abducir a todo un conglomerado de individuos que aun siguen obsesionados con las conspiraciones judeo-masónicas-marxistas. Personas que incluso aun se creen que en la actual Rusia de Putin y toda su gran área de influencia geopolítica, sigue imperando el comunismo de corte soviético. Podríamos decir incluso, que este pensamiento anti-comunista, se viene también reforzando gracias a la gran influencia que tuvieron los neocons, en la derecha occidental durante la década de los 90’s y 00’s, donde incluso la aparición de un partido o político de »izquierdas» con un programa económico socialdemócrata a la vieja usanza, era y sigue siendo tachado también en la actualidad, de peligroso comunista, aunque este político o partido de izquierdas sea contrario a los conceptos y métodos del marxismo. En España, esta banalización absurda del comunismo dentro de la derecha sociológica española, también tienen un gran peso debido a los cuarenta años de franquismo, donde hasta un simple socio-liberal era sospechoso de apoyar la conspiración judeo-marxista.

El problema aquí reside, en que partimos del hecho de que para que existan tal conspiración neo-marxista, al menos debería existir un cuerpo visible que le de sustento, una potencia nacional que le interesase expandir estas ideas alrededor del mundo para tratar de imponerse lo más rápido posible y debilitar así al enemigo contrario. Lo cierto es, que al final, el llamado »marxismo cultural» es un concepto tan indefinido como lo puede ser el concepto progre y posmoderno de »hetero-patriarcado blanco». Por lo tanto, el llamado marxismo cultural, como así otros conceptos como el hetero-patriarcado blanco, se basan en ideas completamente paranóicas y conspiranoicas que utilizan para tratar de justificar su existencia política. Por ello, estos conceptos son completamente erróneo y fuera de lugar ante cualquier análisis serio. Ni existe una conspiración de hombres que se reunen una vez al año para oprimir a las mujeres, como tampoco existe una reunión anual de comunistas masónicos para imponer el comunismo a la fuerza tratando de destruir las culturas nacionales.

Para que este argumento tuviese cierta credibilidad, deberíamos fijarnos en los pocos países comunistas que aun quedan en pie en pleno S.XXI (China, Cuba, Corea del Norte, Vietnam y Laos). En el S.XX, era cierto que el PCUS, tenía una gran influencia e incluso poder de injerencia extranjera, en los distintos partidos comunistas de alrededor del mundo (sean de su propia órbita como los del bloque capitalista). De hecho, durante la guerra civil española, cuadros de la CNT denunciaron públicamente no solo la injerencia extranjera de los alemanes hitlerianos o los italianos fascistas en el conflicto civil, sino también denunciaban las injerencias extranjeras de Stalin sobre el Partido Comunista de España y el gabinete de gobierno del Frente Popular. Podemos encontrar numerosos casos de como las purgas de Stalin también llegaron fuera de las fronteras soviéticas, donde se asesinaron a miles y miles de líderes comunistas europeos (se dice que incluso Stalin mató a más comunistas alemanes que el propio Adolf Hitler). O podemos encontrar como la URSS intervino militarmente en la Primavera de Praga, en Afganistán o las amenazas continuas a la Yugoslavia comunista de Tito durante la etapa estalinista. Está claro que la URSS, actuó como una potencia imperialista más, pero también debemos recordar que dentro de la teoría marxista-leninista, se desarrolla el concepto de la llamada »dialéctica de Estados o de Imperios», que incluso el filósofo marxista Gustavo Bueno, dedicó en parte a hablar de como la URSS tuvo que hacer frente a esta realidad inevitable (todos los Estados estamos expuestos a dominar o ser dominados).

Ahora bien, una vez caída la URSS, todas estas prácticas desaparecieron, los partidos comunistas alrededor del mundo se quedaron sin su particular »Vaticano Rojo», se quedaron huérfanos políticamente hablando. Pero si hay algo que se asemeja con la Guerra Fría, y es que la segunda (casi primera) potencia mundial sigue siendo un país socialista,y esta nación es China. Pero no se equivoquen señoras y señores, China a diferencia de la URSS, no tienen ningún interés en influir en los partidos comunistas a nivel mundial. China solo busca su propio beneficio geopolítico dentro de un mundo cada vez más multipolar. China solo busca pactos bilaterales y establecer bloques geopolíticos que ayuden a expandir su influencia a nivel mundial para contrarrestar el dominio anglo-yankee. Es por ello, que para China le es indiferente establecer buenos lazos de amistad con la comunista Corea del Norte, que con la República Islámica de Irán o hacer negocios con la Italia de Salvini para introducir la nueva ruta de la seda. Pero como verán, China no tiene ningún interés en imponerse en el mundo a través de la destrucción de las culturas tradicionales en pro de un posmodernismo decadente.

Es más, si nos fijamos, en los pocos países comunistas que aun quedan en pie, los movimientos feministas, LGTB, multiculturales, animalistas o ecologistas no son bienvenidos en estos países. Incluso son considerados como movimientos »quintocolumnistas», pues el apoyo financiero de estos grupos siempre provienen precisamente de países capitalistas. Por lo tanto en los países comunistas, siempre tratan de evitar o eliminar cualquier rastrojo de posmodernidad que en Occidente está ahogando nuestro propio »Dasein». Ya vimos como en Cuba hace poco se reprimió una marcha del orgullo gay por infiltración de estos lobbys o como en Rusia, el Partido Comunista de la Federación Rusa apuesta por retornar a las leyes soviéticas que criminalizaban a los homosexuales (que por cierto cuentan con el rechazo de Vladimir Putin). Por no hablar de la rigidez del régimen norcoreano ante toda esa contaminación occidental. O incluso en China, a pesar de su apertura al mundo y su amplio desarrollo económico, tratan de evitar la entrada masiva de estas ideas. Por lo tanto, llego a la conclusión de que eso que llaman »marxismo cultural», no es propio de los países actualmente comunistas, ni siquiera de los gobiernos marxistas como Venezuela, Bolivia o Ecuador (cuando estaba Rafael Correa) que son reacios a la ideología de género, al federalismo o al ecoliberalismo.

El llamado marxismo cultural, es y seguirá siendo siempre en verdad, LIBERALISMO CULTURAL. Pues si estudiamos a fondo estas ideas, a parte de que nacen en el seno del imperialismo de los EEUU, anteponen el individualismo a los valores colectivos. Se basan en un identitarismo subjetivo, que desprecia o no considera importante la cuestión del conflicto de clases (capital-trabajo). Y sobretodo, estas ideas han sido utilizadas como Caballo de Troya, para precisamente dinamitar progresivamente al movimiento obrero hasta convertirlo en una parodia, como son en su inmensa mayoría, los partidos actualmente etiquetados como de »izquierdas». Por mucho que estos partidos se consideren como »marxistas», en la práctica no lo son en absoluto. Se basan principalmente en las ideas pos-marxistas cercanas a uno de los miembros de la Escuela de Franckfurt, el señor Herbert Marcuse. Este filósofo, anticipaba que la nueva clase social que debía hacer la revolución son las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes e incluso los lumpens (este último sujeto social ha sido históricamente muy despreciado por el marxismo-leninismo ortodoxo). Y si nos centramos en España, encontramos que en el caso de Unidas Podemos, estos también beben de influencias laclaudianas (recordemos que Ernest Laclau bebía a su vez del justicialismo peronista). Al final, estos grupos izquierdistas indefinidos, no son más que un baturrillo de ideas contradictorias entre si, que no son capaces de construir amplias mayorías sociales, simplemente porque no corresponden al sentir mayoritario y cultural de las clases populares.

Se dice incluso, que estos grupos asumen al completo las tesis del marxista italiano Antonio Gramsci, pero incluso estos han pervertido lo que en el fondo pretendía decir Gramsci, pues el no decía que había que destruir la cultura del pueblo, sino tener en cuenta como algunos elementos históricos culturales están bajo la posesión de la burguesía y sus amplias estructuras de dominio y de poder. Las ideas posmodernas, o el liberalismo cultural, a la larga son elementos que son mejor asimilados por un Estado capitalista que por uno comunista, pues al final todos estos elementos acaban convirtiéndose en productos de consumo, acaban reduciendo la natalidad (necesaria para controlar y manipular mejor a la población), dividir y enfrentar a la sociedad entre géneros y razas, o imponer nuevas deslocalizaciones industriales con la excusa de la »crisis climática». Por lo tanto, ser anticapitalista y asumir estas ideas posmodernas es cometer un verdadero error, al igual que estar en contra de estas ideas decadentes al mismo tiempo que defiendes el sistema político y económico que los origina, es igual de incoherente.

En resumidas cuentas, el marxismo cultural no existe, lo que existe es una cultura del capitalismo, pues esta se desarrolla dentro de los parámetros de la lógica capitalista e individualista. Debemos empezar a considerar tanto el anticomunismo, como el antifascismo, como ideas caducas que no constituyen ningún proyecto político viable más allá de ser agitado en campañas electorales para imponer el miedo y reforzar el poder de la clase dominante capitalista. La lucha de clases existe, el capitalismo hoy está en su fase superior completamente globalizado y las condiciones materiales de las clases populares (clase obrera+pequeña-mediana burguesía) se han ido pauperizando progresivamente, beneficiando a una burguesía que ya no es solo nacional, sino también global. Si no se unen fuerzas ante un capitalismo galopante, ganador y contrarevolucionario desde 1991, seremos tragados por él. Ya lo vimos en las últimas elecciones francesas, como todas las fuerzas liberales de izquierda a derecha dieron apoyo a Macrón, mientras que las fuerzas soberanistas no dieron un apoyo unánime al Frente Nacional de Marine Le Pen, consiguiendo la victoria del esbirro de Rootschild. Si seguimos profundizando en esta división, como dijo Diego Fusaro »tanto el anticomunismo, como el antifascismo, son las dos ramas utilizadas por el capitalismo global y financiero que les ayuda a reforzar su poder». Y no está equivocado al ver como incluso los progres posmodernos y los liberales de derechas, se retroalimentan los unos a los otros beneficiando así al dominio del gran capital, básicamente desviando los temas más importantes (conflicto capital-trabajo, alianzas geopolíticas) por lucha de géneros, de razas, ecologismo soberbio o animalismo humanizante.

Publicado en La Emboscadura 4

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